El mal aliento o halitosis no tiene nada de
misterioso, sus causas se conocen perfectamente: responde a una presencia de
compuestos azufrados, en especial, hidrógeno sulfurado y metilmercaptán, que
otorgan al aliento un olor a huevo podrido. Existe incluso un aparato que
permite medir la presencia de estos compuestos, el halímetro.
Las bacterias, primeros responsables
En nueve de cada diez casos el origen del mal
aliento es bucal. Se cree que hay bacterias que se acumulan en los surcos
formados por las papilas gustativas, en la parte posterior de la lengua. Se
trata de bacterias que producen compuestos sulfurados extremadamente volátiles,
que se escapan en el aire espirado. La presencia de estas bacterias explica
también el mal aliento matinal: al ser la saliva menos abundante durante la
noche, las bacterias se acumulan. Cepillarse los dientes, beber o desayunar
suele bastar para eliminarlas a ellas y al olor que producen.
Sólo falta saber por qué ciertas personas
producen compuestos sulfurados en abundancia y otras no. El mal estado de las
encías o la presencia de caries pueden producir exceso de bacterias o restos
alimentarios. De manera que si sientes que tu aliento ha empeorado súbitamente,
lo primero que debes hacer es acudir al dentista para que verifique el estado de
tus dientes y encías y trate las caries eventuales. Éste podrá, igualmente,
darte algunos consejos de higiene, sobre todo si tienes periodontitis,
inflamación de las encías que forma espacios entre los dientes y las encías
donde se acumulan restos de comida.
El cepillado, fundamental
La mayoría de las veces, sin embargo, el mal
aliento aparece sin causa aparente e incluso en las personas con una higiene
dental correcta. Una vez más, los consejos guardan relación con los hábitos de
limpieza bucal. Lavarse los dientes después de cada comida y utilizar hilo
dental por la noche para eliminar cualquier resto de comida entre los dientes
son las dos acciones mínimas indispensables. También se recomienda, no obstante,
cepillarse la lengua, en especial la parte posterior, donde las papilas
gustativas son más marcadas. Para ello se puede utilizar un raspador de lengua,
de venta en farmacias. Y para asegurarnos de que eliminamos cualquier remanente
bacteriano, debemos cepillarnos las encías, el interior de los mejillas y el
paladar.
Los enjuagues bucales con sustancias refrescantes
sólo enmascaran el mal aliento y lo hacen de forma temporal. Los enjuagues con
clorhexidina, por su parte, no se aconsejan porque producen efectos secundarios;
se cree, además, que aumentan el riesgo de cáncer de boca. Esta práctica no debe
nunca reemplazar el cepillado.